BALANCE DE UN AFICIONADO DE ESCOPETA Y PERRO POR DELANTE
El cazador verdadero y su perro
El verdadero apasionado de la caza, y sobre todo el cazador de escopeta y perro, sabe sobreponerse a cualquier dificultad. El cazador no entiende de frío o calor, de ventisca ni de cualquier inclemencia; para él sólo cuenta que es día de caza.
Para el buen cazador no existen terrenos escarpados y duros, ni pedrizas, ni inmensos terronares. Él no teme a los terrenos enfangados en los que uno se clava hasta desaparecer las botas en el barro; él coge la escopeta y al perro y ¡a cazar!
El cazador se hace duro, no puede dejar lugar al desaliento, no puede bajar la cabeza. Tiene que seguir buscando la caza con ilusión, aunque ya hayan pasado varias horas sin dar con ella. Uno no debe arrugarse ante el fracaso. Al contrario, éste nos estimula y nos empuja a superarnos, ya que el cazador entiende que en la caza, como en la vida, el fracaso y el éxito conviven diariamente.
Aprender a dominarse en los momentos importantes es un reto y una necesidad. Para nosotros, esa perdiz descolgada de un cortado o el arranque impetuoso, ladera abajo, de ese macho viejo que, con su estruendo, nos pone a prueba constituyen momentos decisivos.
El verdadero aficionado a la caza huye de lo fácil, ama lo meritorio, lo que cuesta conseguir, lo que, como tal, siempre será escaso. El cazador, en relación con su compañero de caza (su perro), es respetuoso y no le disputa el protagonismo. Y como ejemplo de buena amistad, no valen los malos modos, alegrándonos intensamente de los éxitos y disculpando los fracasos.
He visto a muchos cazadores que solamente hablan de ellos mismos. Ésos jamás tendrán un buen perro de caza. Nuestro compañero necesita sentirse importante en ese binomio cazador-perro. He observado cómo perros normalitos, cuando se les ha dado protagonismo, se han venido arriba y han terminado dando muy buenas jornadas de caza. El cazador cabal disfruta enormemente con una jornada exitosa, pero es moderado. Sabe que la consecución de la misma es un mérito compartido. Recordemos que los buenos amigos -insisto, nuestro perro lo es- valoran más las virtudes del otro que las de uno mismo.
Y si todas estas reflexiones ya son suficientes para valorar la importancia de la caza en la formación personal, hay otra faceta importantísima que no quiero pasar por alto: el valor balsámico que tiene un día de caza con nuestro perro en esos momentos en los que el sufrimiento personal nos ahoga. Os puede parecer mentira, pero en esos días he observado cómo mi perra ha cazado más pendiente de mí, con una dulzura y una sensibilidad especiales. En esos días la he sentido más cercana, como intentando hacerme olvidar mis problemas.
Por eso, y por muchas más cosas, le doy gracias a la caza y a mi convivencia con los perros por todo lo que han influido en mi persona. Creo que todos los cazadores estamos en deuda con la caza y con nuestros sufridos compañeros, deuda que podremos saldar si intentamos transmitir todos estos valores a los jóvenes que comienzan en esta bendita afición. Mostrémoselos en toda su realidad, con todas sus dificultades y sacrificios. Eso engancha mucho más que la pseudo-caza facilona que tanto se está poniendo de moda.
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